Las jornadas en el centro veterinario dan para mucho: mucho trabajo, pero también muchos momentos memorables. Y es que si algo tienen los animales es que, muchas veces, sin proponérselo, nos sacan unas buenas risas. Desde Mundo Vets hemos querido recopilar algunos de esos momentos divertidos y hemos pedido a los profesionales veterinarios que nos contasen sus anécdotas más graciosas. ¡Estas han sido sus respuestas!
Pequeños ladronzuelos
Alba Pozo estaba realizando sus prácticas de Auxiliar de Veterinaria en la Clínica Veterinaria Emérita cuando vivió una situación de lo más divertida. Nos cuenta que debajo del mostrador de la zona de recepción, tenían unas galletitas para premiar a los perros por su buen comportamiento cuando salían de la consulta. ¡Su sabor y olor a vainilla les encantaba! Como muchos de los perros ya sabían cuál era el procedimiento, al ver a Alba esperaban su merecida recompensa. En una de las ocasiones, uno de los pacientes estaba suelto por la clínica, mientras ella y el veterinario hablaban con su propietario. ¿Qué paso? ¡Que el perrete no quiso esperar más y se fue a buscar las galletas por sí mismo!
«Cuando nos dimos cuenta, estaba detrás del mostrador con el hocico metido dentro del paquete de galletas. ¡Él mismo realizó un autoservicio!», nos cuenta Alba entre risas.
Pero este no es el único caso que nos ha llegado de mascotas que se apropiaron de lo que no era suyo.
Amanda Blanco nos relata su caso. Ella también estaba de prácticas, concretamente en la Clínica Manatí (Plasencia). Por aquel entonces tenían a un pequeño gatito ingresado. Estaba muy delgado y tenían que alimentarlo a base de biberones y otro tipo de comida para que cogiese peso. En la clínica, además, viven 3 gatitos que, como dice ella, «son de la casa». El último en unirse a la familia era Cheetos. Cheetos era un tanto desconfiado al principio, pero poco a poco había ido ganando confianza.
Un día, ella y su compañera Verónica estaban en hospitalización junto al gatito pequeño y escucharon un golpe. Al girarse para ver qué era… ¡magia! El biberón que iban a darle al felino ya no estaba. ¿El cupable? Cheetos, que parece ser que ya había cogido suficiente confianza como para hurtar lo que no era él. Lo gracioso es que al ser mayor, no succionaba de la tetina del biberón, sino que chupaba con la lengua como si bebiera de un cuenco. Y siguió…
«Cuando le intentamos quitar el biberón, nos empezó a dar zarpazos con las manos para que no nos lo llevásemos y terminamos dándole el biberón a él (que se puso muy contento y quería más al acabar!!) y preparando otro para el gatito ingresado!!» – nos dice Amanda y nos adjunta la prueba.
Educación ante todo
Pero, en ocasiones, pasa todo lo contrario y es que sorprende lo bien educados que están algunos animales. Prueba de ello es la anécdota que nos cuenta Joana Correia.
En una de sus mañanas de consultas, estaba ella junto a Pepe, un Labrador joven y muy majo al cual le encantaba ir al veterinario. En esta ocasión, fue ella quien recogió al perro de la sala de espera, llevándolo con su correa y sus cosas al interior de la consulta, en vez de hacerlo sus tutores. Feliz de la vida entró el perrete en la consulta, camino que se conocía ya a la perfección. Al entrar, Joana dejó las cosas del perro sobre una de las mesas y le hizo la exploración. Pero, al terminar, no encontraba ni su cartilla ni su correa. ¿Dónde estaban? ¡El propio Pepe había recogido sus cosas!
«Cuando le miré estaba sentado delante de la puerta con estas dos cosas en la boca y me estaba esperando para que nos fuéramos al encuentro de sus tutores. Claro que en los pasillos todos nos miraban y sonreían, pues la verdad es que él era muy gracioso transportando sus cositas en la boca. ¡Me encantó este paciente tan educado e independiente!«.
Pero este no es el único caso… ¡los hay hasta que les explican a sus tutores cómo les fue en la consulta!
Nos dice Laura Pinteño que en la clínica en la que estaba de prácticas había un exceso de trabajo y cada minuto era esencial para atender a todos los pacientes. Una de las veces, acudió a hospitalización para explicarle a un cliente cómo había ido la cirugía de su mascota. Cada vez que la mujer le hacía una pregunta, ¡el cachorro empezaba a ladrar como si le estuviera contestando él mismo a su tutora!
«Eran ladridos cortos y parecían como susurros … Justo cuando me hacía alguna pregunta, ya se encargaba Thor de contestar«.
Tan educado que quería ahorrarle trabajo a Laura, ¡da gusto trabajar con pacientes así!
Correr detrás de los perros, un habitual en las clínicas veterinarias
Parece ser que en la carrera de veterinaria, en los cursos de auxiliares, etc., nadie avisa de que lo ideal es contar con un buen fondo físico para cuando toque perseguir a las mascotas. Y paciencia, mucha paciencia.
Carolina Agüí nos cuenta algunas de estas experiencias en primera persona. A la clínica donde trabaja, llegó un pastor alemán para una intervención. Al no ser el único animal que debían operar ese día, estaba esperando en un jaulón. Llegado el momento, el veterinario y un práctico fueron en su búsqueda para comenzar a dormirlo. Y sí, el perro fue más rápido que ellos.
«Si tu llegas a ver a dos tíos como dos castillos corriendo detrás del perro porque no había forma de cogerlo. Estuvieron más de diez minutos corriendo detrás de él porque era imposible«, comenta Carolina.
Pero nos cuenta más. Otro día tenía otro perro con problemas urinarios. Para saber cuál era el causante, debían recoger muestra de orín del animal. Y ahí que estaba el práctico por la calle, bote en mano, intentando recoger muestras, mientras ella iba paseándolo.
«Entre que el animal no estaba por la labor, la cara que la gente ponía cuando nos veía y, claro, para pasar más desapercibidos todavía teníamos al veterinario detrás grabándonos muerto de risa… fue todo un espectáculo digno de ver«.
¡Queremos el vídeo!
Y cuando no son las mascotas, son sus tutores
En ocasiones, son los tutores de las mascotas los que acaban provocando ciertas circunstancias en las clínicas veterinarias dignas de contar.
Por ejemplo, una es la que nos relata Carolina García. Un día llamó una señora a su clínica diciéndole que su vecino quería envenenar a su perro. Carolina, alarmada, le pregunta que cómo había llegado a esa conclusión, a lo que le responde que está pasando algo muy curioso: ella jamás le da espaguetis a su perro y el perro… ¡caga espaguetis! Obviamente, Carolina le pide a la señora que lleve una muestra de heces a la clínica para hacerles la correspondiente prueba. Y no, no eran espaguetis… Entonces, ¿qué eran?
«Nematodos como casas de grandes. El vecino no tenía ningún interés en envenenar al perro.», nos dice Carolina entre risas.
Otra anécdota es la que nos trae Javier Otero. En una clínica donde trabajó hace unos años, necesitaban una transfusión de sangre para un perro que había sido operado de un tumor de bazo. El donante tenía que tener un peso superior a 30 kilos y, al comentarlo a la dueña, esta dijo que tenía al perro indicado para la donación. Javier no se esperaba a ese donante…
«Cuando llega a la clínica el perro que va a donar sangre, pasa por la puerta un labrador que era más ancho que alto, pesaba 65kg!!! Necesité la ayuda de dos personas más para subirlo a la camilla!! La dueña se pensó que mientras mayor peso del animal era mejor para la transfusión por lo que buscó al perro más obeso que conocía, solo bastaba con ser mayor de 30kg…«.
Por desgracia, al hacerle una pequeña extracción de sangre para corroborar que estuviese todo bien antes de la transfusión, se descubrió que tenía muchos lípidos en sangre. Por lo tanto, ese perro no fue útil para la misma.
Sandra Garrido nos cuenta también una experiencia muy divertida. En su caso, tres días después de la operación de un Shih Tzu, recibe la llamada de su propietaria diciéndole que el perro está paralítico. Muy alarmados en el centro, le dicen a la mujer que si de verdad está paralítico debe acudir inmediatamente a urgencias para examinarle. Una hora más tarde llega la propietaria muy nerviosa. Obviamente, nadie en la clínica se esperaba lo que sucedió al abrir el transportín: ¡el perro salió corriendo como una bala, orinando y haciendo caca por toda la clínica! ¡Y la señora seguía gritando que el perro estaba paralítico!
«Después de calmar a la mujer y explicarle que el perro no estaba paralítico, resulta que lo que ella interpretaba como estar paralítico era que el perro (que llevaba el collar isabelino) ponía posturas raras para conseguir llegar a rascarse los testículos ya inexistentes. Además, como les habíamos dicho que el animal debía estar en reposo, habían tenido al perro tres días en brazos sin dejarle bajar al suelo a hacer pis y caca, y mientras teníamos la conversación con la propietaria, el animal no dejaba de correr como un demonio por toda la clínica orinando por todas las esquinas«.
¡Pobre perrete!
¿De dónde viene ese sonido?
A veces, puede pasar que los animalitos hagan de las suyas y nos lleguemos a plantear si ya empezamos a oír cosas que no son. Esto fue lo que le sucedió a Alba Jiménez que, un día, mientras exploraba a los animales de la zona de hospitalización de gatos, la cual constaba de dos pasillos, empezó a oír unos golpecitos.
Era como si alguien llamase a la puerta. Al oírlos, ella se giraba hacia la puerta para ver de quién se trataba, pero allí no había nadie. Y, de nuevo, los golpecitos. A pesar de que la puerta era transparente, llegó a acercarse para abrirla, sabiendo que no podría haber nadie sin que ella lo viese. Pero, ¿qué más podía hacer? Hasta que no se cambió de pasillo, no comprendió lo que pasaba.
«Cuando me fui a medicar al otro lado, vi a un gato sentado, mirándome a través del cristal y empezó a golpear su puerta como si estuviese llamando. ¡Maravilloso!«.
Eso sí que fue un «¡Holiiiii! ¡Estoy aquí!» en toda regla.
¿Os habéis sentido identificados con alguna de estas anécdotas? ¡Esperamos que os hayan gustado!